Siempre que viajo a algún lugar lejano, poco conocido o que se percibe como peligroso por el simple hecho de ser un país con escasos recursos, tengo que lidiar con los miedosos.
Los miedosos son esos amigos, conocidos y familiares que antes de preguntarte qué cosas maravillosas has visto o hecho, quieren saber si te han robado, timado o atacado.
No es que se vayan a alegrar de que te pase algo malo, pero creo que inconscientemente esperan alguna historia catastrófica que refuerce sus prejuicios y que les permita recordarte “si es que...¿pa’ que te vas tan lejos? ¿Qué necesidad tenías de ir a tal o cual país?”
Antes "solo" tenía mi experiencia general para responder a esas preguntas y contar que la gran mayoría de las personas, sean de donde sean, tienen buenas intenciones y están dispuestas a ayudarte siempre que puedan.
Pero, parece que un “nunca me ha pasado nada malo” no vale para apaciguar los miedos de quienes te quieren o se preocupan por ti.
Sin embargo, en nuestro viaje a Bali pasó algo que me ha venido de perillas para convencer a los miedosos de que el mundo generalmente es un lugar amable.
Ahora tengo una historia en la que sí me pasó algo, gracias a mi empanada mental, y que demuestra que en todos los países hay gente buena. De hecho, y afortunadamente, hay más gente buena que mala.
Te dejo la tarjeta lista para desvalijarme - Historias de Bali
Tras todo un día recorriendo la costa sur de Bali en moto paramos a comer en un centro comercial en la zona de Kuta. No teníamos un chavo, así que antes de ir a llenar la panza nos tocaba pasar por el cajero automático.
Justo en la parte baja del centro comercial había un cajero, de estos que comunican con la calle pero que están en una habitación con su puerta y tal.
Había una chica esperando justo detrás de nosotros. En cuanto el cajero soltó el dinero salimos como cohetes a comer algo.
Ya con la barriga llena, tan pronto como salimos del centro comercial se nos acercó un guarda. No hablaba inglés, así que solo decía “Cash! Cash!” mientras señalaba hacia el sitio donde estaba el cajero automático.
No entendía nada, no sabía que quería decir, hasta que...de repente se me encendió la bombilla.
Eché mano a la cartera y…mierda, la tarjeta no estaba. La tarjeta en la que tenía la mayor parte de la pasta que necesitábamos para continuar viajando...Ni si quiera me había dado cuenta mientras comíamos. De hecho, si ese señor no nos hubiese parado, nos habríamos ido del centro comercial sin saber que había perdido la dichosa tarjeta.
Wait, wait! – nos dijo el guarda mientras se echaba a correr hacia el interior del centro comercial. Seguía sin entender bien si es que la había encontrado él o qué había pasado exactamente con mi tarjeta.
Cuando el señor volvió nos dijo con gestos que lo siguiéramos, y eso hicimos, aunque no teníamos ni idea de a dónde nos llevaba.
En este punto de la historia todo al que le cuento esta historia se imagina que nos iba a pedir una pequeña comisión para que recuperara mi tarjeta. Nada más lejos de la realidad.
El señor nos llevó hasta un pequeño y humilde local en el que se servían comidas, no muy lejos del centro comercial.
Al llegar dijo algo a la mujer que allí había, la cual se metió hacia el interior del local. Entonces salió la chica, la que estaba en el cajero cuando nosotros sacábamos dinero.
Lo primero que hizo fue sonreír, luego echó mano a su bolso, sacó su cartera y de ella mi tarjeta; y con otra sonrisa me la devolvió sin más.
Parece que no se fiaba de nadie más que de sí misma y, aunque avisó al guarda de lo que había pasado y de dónde estaría ella, se la llevó para mantenerla segura.
Nadie pidió nada a cambio, ni la chica ni el guarda, quien también se molestó no solo en buscarnos a la salida del centro comercial sino en llevarnos hasta la muchacha. Y, para incredulidad de los miedosos, en la tarjeta no faltaba ni un solo céntimo.
¿Está o no está el mundo lleno de gente buena y honrada?
Nota exculpatoria final
Seguramente hayas pensado algo como “hay que ser imbécil para dejarse la tarjeta en el cajero”. Cierto, mea culpa.
Sin embargo, nunca antes me había pasado y es que, si bien en España los cajeros primero te devuelven la tarjeta y luego el dinero, en Bali y otros países del Sudeste Asiático, como Tailandia, a veces funcionan al contrario. Es decir, que el cajero primero te da la pasta, luego el recibo y, por último, la tarjeta. Por tanto, es más fácil olvidar coger la tarjeta.
Tenlo en mente si visitas la zona para que no metas la pata como yo.