Se puede decir que soy una persona “de buen comer”. Me gusta prácticamente todo y me encanta probar cosas nuevas. Además, he de decir que disfruto mucho comiendo y con el tradicional ratito de sobremesa, sobre todo si es en compañía y con una buena conversación de por medio.
Por eso, se podría decir que en mis viajes siempre hay un huequecito para el turismo gastronómico. Eso me ha permitido probar platos inesperadamente exquisitos, como la carne de reno en Laponia, o cosas que, sorprendentemente, no me han gustado tanto, como, por ejemplo, el fruto del cacao o la carne de cocodrilo.
El caso es que siempre voy dispuesta a probar cosas nuevas (con algunos límites, claro). Así que, antes de pisar suelo australiano estaba totalmente convencida de que volvería a casa habiendo probado la carne de canguro.
Como quizás hayas leído por aquí, nuestra aventura australiana fue un road-trip de más de 5000 kilómetros a lo largo de la costa este del país. Concretamente, desde Cairns hasta Sydney.

La cuestión es que, siempre cocinábamos en nuestra pequeña casa con ruedas. Así que yo prefería reservar mi experiencia culinaria canguril para algún día especial en el que fuéramos a comer o cenar a algún restaurante. Más que nada porque, evidentemente, nunca había cocinado carne de canguro y desconfiaba de que la preparáramos correctamente. No quería llevarme una decepción por culpa de nuestro desconocimiento o por nuestra poco potente cocinilla de gas.
Sin embargo, los días pasaban y parecía que nunca era un buen momento para ir a un restaurante específicamente a comer carne de canguro. Entremedias conocimos a una pareja ítalo-alemana que nos contó que ellos habían probado la hamburguesa de canguro y que estaba bien rica. Entremedias también, habíamos tenido ya numerosos encuentros con estos increíbles animales (que a mí personalmente, me habían robado el corazón).
Así, un día haciendo la compra en el súper mi chico y yo “decidimos” coger carne picada de canguro para preparar hamburguesas. En realidad, ninguno de los dos estábamos entusiasmados, más bien reticentes, pero aun así, de alguna forma, la carne acabó en nuestro carrito de la compra.
Ahí estuvo hasta que, en un brote de sinceridad coordinada, nos miramos, pusimos cara de congoja-pena-asco, y nos confesamos el uno al otro que no queríamos comernos a ningún pobre canguro. Acto seguido nos partimos de risa, devolvimos la carne a la nevera del supermercado y nos fuimos tan contentos.

Mejor como amigos
La verdad, es que nunca antes había tenido ese dilema moral. Para nada me he vuelto vegetariana, vegana, crudivegana ni ovolacteowhatever. Me encantaba y me sigue encantando la carne y, desde ese momento, he comido infinidad de platos a base de ella. Pero, parece que los tan achuchables, simpáticos y sociables canguros me han hecho tanta mella que no consigo verlos como un manjar alimenticio.
En fin, podemos decir que nuestro intento de probar la carne de canguro fue un Epic Fail en toda regla. Quizás si vuelvo por esos lares trataré de probarla. Seguro que está riquísima. Y tú, ¿ya la has probado?
Pues yo creo que la carne de canguro si que la probaría. Pero el resto como que no😅
¡Yo quizás lo vuelva a intentar algún día! jeje