Los seres humanos tendemos a estructurar y categorizar todo lo que nos rodea. Lo que está bien, y lo que está mal; lo que se debe, y lo que no se debe hacer; los caminos a seguir, y los que no.
Sin embargo, no todos nos sentimos conformes y satisfechos con el patrón establecido. Por ello, desde siempre han existido personas que, aparentemente de la noche a la mañana, deciden dar un giro de 180 grados a sus vidas.
Lo fácil y lo obvio, una vez se comienza un recorrido, sería continuar en línea recta. Sin embargo, puede que nos interese más dar marcha atrás, tomar otra ruta o ir campo a través.
Habrá quienes cambien de rumbo repentinamente, quienes lo mediten durante largo tiempo mientras siguen su camino, e incluso quienes se queden paralizados por las dudas. En los dos últimos casos, puede ser que todo siga igual o que, finalmente, se tome un nuevo camino.
La famosa "zona de confort"
El cambio de lo fácil por lo difícil, lo seguro por lo incierto o lo conocido por lo desconocido, es lo que últimamente se denomina “salir de tu zona de confort”.
Aunque ese concepto me gusta, creo que se ha sobreexplotado y desvirtuado ligeramente en los últimos años. De él se han apoderado todo tipo de “coaches” y gurús, especialmente los motivacionales.
Así que, en lugar de hablar de zonas de confort, yo prefiero hablar de satisfacciones e insatisfacciones, de tomar las riendas o dejarse llevar por la corriente, de hacer lo que a uno le apetece o lo que dicta la sociedad que le rodea.
El recorrido
Como la gran mayoría, seguí el camino preestablecido. Pasé 6 años en la escuela, 6 años en el instituto, 6 años en una universidad, 1 año en otra y 3,5 más en la última. Esto constituye casi el 80% de mi vida.
El 20% restante se corresponde con la tierna primera infancia donde, obviamente, no era capaz de meditar sobre mi vida. Molaba más pintar y ver Los Diminutos.
En cualquier caso, no cambiaría el elevado porcentaje de mi vida empleado en mi formación porque, además de convertirme en quien soy hoy, estuvo acompañado de muchas experiencias enriquecedoras que de otra forma probablemente nunca hubiesen tenido lugar.
Sin embargo, durante los últimos casi 4 años, en los que trabajaba para convertirme en doctora, me replanteé el camino a seguir.
Lo obvio versus los objetivos
Lo obvio era continuar con mi carrera científica, para la cual me preparé específicamente durante más del 40% de mi vida. Sin embargo, me preguntaba cuándo habría tiempo para las muchas otras cosas que quería hacer.
Proyectos profesionales independientes a la ciencia, planes del ámbito personal y experiencias que con un tacataca cuando estuviese ya retirada iban a ser casi imposibles de cumplir.
A menudo, y tal y como están actualmente planteadas las cosas, la ciencia es una profesión egoísta, que demanda de la persona mucho más de lo que la gente ajena al sector imagina. Así que, cumplir todos mis objetivos y a la vez continuar el camino preestablecido de la carrera científica se me antojaba cuanto menos complicado (por no decir imposible).
Los viajes
Aunque no el único, uno de los factores desencadenantes de mayor peso en todo este replanteamiento vital fue el tema de los viajes.
Hacía mucho tiempo que realizar un viaje de duración media-larga me taladraba la cabeza. Como a todos, me gusta relajarme y evadirme durante una semana de vacaciones, pero yo, que no buscaba ni busco vacaciones eternas, quería algo más. Quería viajar, más lejos, más largo y más profundo.
Cada vez me gusta menos ir a los cuatro puntos turísticos de rigor, para preferir sentarme a hablar con un lugareño, empaparme de otra cultura y experimentar sin prisas cada matiz del viaje. Practicar el "slow travel".
Sin embargo, cuando se trabaja para otros, y teniendo en cuenta el esquema laboral general de nuestra sociedad, esto raramente es posible.
En ese sentido, mi viaje a Madagascar fue la antesala de lo que yo buscaba. En esa ocasión tuve la oportunidad de escapar durante poco más de un mes, claro que el año anterior había utilizado menos de la mitad de mis días de vacaciones.
Además, durante ese mes me tocó preocuparme por encontrar conexión a internet, revisar y contestar emails y hasta redactar resúmenes para algunos congresos. Es decir, no podía abstraerme al 100% de mi vida laboral ni unas pocas semanas, no fuese a acabarse el mundo…This is science!
El punto de inflexión
Así llegué a un punto de inflexión en el que me tocó distribuir todos los factores, incluyendo deseos y responsabilidades, en una balanza. Puesto todo en perspectiva, para mi estaba claro el camino a seguir.
Sin embargo, no solo debía sopesar lo que me apetecía o el panorama futuro, sino que también tenía que prepararme para lidiar con la reacción de la sociedad. Entiéndase como sociedad, mi pequeña sociedad.
Evidentemente, el mundo no se iba a inmutar con ninguna de mis decisiones, pero sí mi familia, amigos y personas de mi ámbito laboral. Mi pequeña sociedad.
Explicar a mi entorno que quería tomar distancia de algo para lo que había empleado grandes cantidades de tiempo y esfuerzo, iba a ser difícil. Hacer comprender a mi familia que todos los sacrificios y el dinero invertido en mi educación no habían sido en vano pese a todo, sería fundamental. Convencerme a mí misma de que era la decisión correcta, me llevaría tiempo y muchos malos ratos.
Las tentaciones de lo fácil y lo lógico
Por si el camino no era ya suficientemente tortuoso, antes incluso de entregar la tesis de mi doctorado, me ofrecieron un contrato de dos años como post-doctorada con un sueldo difícil de alcanzar hoy en España, especialmente en ciencia.
Así, cuando ya estaba convencida de que quería y debía cambiar de rumbo, el camino en línea recta se cubrió con una alfombra roja, convirtiendo lo fácil en algo aún más tentador e, incluso, moralmente imposible de rechazar. Esto último lo digo concretamente por ese sentimiento, muy propagado a causa de la crisis económica, de no poder decir que no a un trabajo. ¡Cómo está la cosa! ¡Decir que no o ponernos a exigir! ¿Dónde vamos a parar?...
Estuve a puntito de caer en esa vorágine en la que asumimos la mierda general como propia. Estuve a punto de aceptar un trabajo, que realmente sabía que no quería hacer, porque me sentía culpable por otras personas que llevaban años desempleadas. Casi dejo que me atrapen los miedos del futuro incierto. Estuve cerca de relegar mi satisfacción personal por cumplir con lo que la sociedad "espera de nosotros".
Afortunadamente, no sé exactamente cómo, no me dejé engañar por los miedos, las inseguridades ni la incertidumbre. Y puedo decir que estoy muy orgullosa de ello.
Tampoco cargué con culpas que no son mías, sino de altos cargos incapaces de proveer oportunidades a los jóvenes de su propio país. Comprendí que “darme el lujo” de rechazar ese trabajo no era un lujo sino un derecho, y que los sueños están para ser perseguidos.
Los giros meditados
Al inicio de este texto decía que algunas personas dan un giro de 180º a su vida aparentemente de la noche a la mañana. Ese aparentemente lo he puesto a conciencia, porque en realidad esos giros “radicales” suelen llevar detrás infinitas horas de reflexión, numerosos dilemas y grandes esfuerzos. Al menos ese ha sido mi caso.
Desde fuera puede parecer una decisión impulsiva, irresponsable, sin sentido e incluso caprichosa. Sin embargo, pocas personas saben el recorrido y los altibajos por los que he pasado hasta dar carpetazo al asunto. Ahora, ya no me frustra que la gente me pregunte si estoy “echando el currículum”, a qué me voy a dedicar o cuando me voy a buscar un trabajo. Me limito a contestar con humor que ESTOY PREJUBILADA.
Bromas aparte, cabe aclarar que trabajo todos los días. Me levanto a las 7 de la mañana, como hacía cuando trabajaba para otros. La diferencia es que trabajo cómo, cuánto, dónde, cuándo y en lo que me apetece cada día, y ello me produce una satisfacción infinita. Hoy, por ejemplo, me apetecía escribir lo que estás leyendo, y eso he hecho.
Si mañana me apetece irme un mes de viaje a Costa Rica, sé que puedo hacerlo. No tengo que pedirle permiso a un señor o señora que, además de enriquecerse con mi trabajo, puede dictaminar en cierta medida lo que hago o lo que no y cuándo y cuánto lo hago. Independientemente de que su opinión o preferencias me importen un comino.
No me malinterpretes
No es soberbia ni inconformismo, es, simplemente, otra forma de ver las cosas. Así es como entiendo yo ahora mi vida y así es como quiero sentirla.
De hecho, creo que cada vez son más las personas que se sienten de la misma forma. Inmersos en una vorágine de estudios, que se solapa con una vida laboral, que se enlaza con una vida familiar, que se prolonga hasta una jubilación y que, si hay suerte, solo después te deja un poco de tiempo para vivir antes de estirar la pata.
No sé si retomaré mi carrera científica en algún momento. No puedo negarlo rotundamente porque, en el fondo, la ciencia me apasiona. Tampoco puedo hacerlo porque soy consciente de que la pela es la pela, y, si las cosas se ponen feas, puede que necesite volver para mantenerme económicamente trabajando para otros.
Quizás en el futuro lo vea todo de otra manera o tal vez no me pueda permitir tomar las riendas. Pero, ahora que puedo, es mi deber aprovecharlo. Toca desempolvar todos esos proyectos aparcados y comenzar a darles vida.
Quizás sea demasiado ambiciosa y quiera hacer más de lo cabe en una vida, pero lo voy a intentar.
Que, si algo no me da tiempo, sea porque he decidido hacer otra cosa en su lugar y no porque tenga que acudir a una reunión inútil que se le antoja a un jefe de un trabajo que no me complace. Que, si me quedo sin dinero, me lo haya gastado en comprar mi propio tiempo. Que, si me muero mañana, tenga la agenda libre porque nada me haya obligado a posponer los sueños de hoy.
Siempre he pensado, y me reafirmo en ello, que eres la alumna más lista que he tenido. ¡Bravo! 🙂
Jo, muchísimas gracias Violeta!!! Me alegra que tengas tan buen concepto de mí! 😀 jeje Para mí tu eres la mejor investigadora con la que me he topado y de la que más he aprendido, así que muchísimas gracias no solo por tus palabras, sino también por todo lo que me has enseñado 🙂
Me ha encantado este artículo
Me alegro mucho Laura!!
Todos los cambios traen cosas buenas 🙂
Así es! como mínimo con los cambios se aprenden cosas nuevas 😉