Al menos en Europa, las personas hemos construido enormes muros que nos separan a los unos de los otros, los conocidos de los desconocidos.
A pesar de que en España, y en otros países del Mediterráneo, somos más abiertos y espontáneos que, por ejemplo, en Alemania; esos muros divisorios no están ausentes.
Imagina que estás paseando con tu pareja, y otra pareja que nunca antes habías visto te saluda y te da conversación. Vamos a suponer que estás dispuesto a contestar a sus preguntas y formular las tuyas propias, en lugar de continuar andando. Parecen simpáticos.
Antes de que cada uno siga su camino, la pareja de extraños propone cambiar los números de teléfono y hablar más tarde para salir juntos a cenar. ¿Qué pensarías?
La mayoría pensaría que “menuda gente más rara, ¿a qué vendría eso?”, o “mmm...un poco sospechoso, qué intenciones tendrán”, o tal vez pienses “probablemente no tengan amigos”.
En realidad, no es raro que pensemos eso. Nos hemos convertido en seres antisociales, temerosos y desconfiados o malpensados. Sobre todo en las grandes ciudades, donde, además, estamos hiperocupados.
Para la mayoría no viene a cuento que algún desconocido se ponga a contarnos su vida y a preguntarnos por la nuestra, mucho menos a quedar así porque sí. Si no hay una serie de factores ni se cumplen algunas premisas no nos aventuramos a conocer gente nueva, al menos no de esa forma tan natural.
Un amigo de un amigo, un compañero de clase de inglés o alguien con quien hayamos coincidido muchas veces antes, si pueden ser candidatos para entablar una amistad. Incluso algún desconocido, pero solo si lo conocemos por Tinder, Meetic o algo así. Pero esos de la calle...esos están un poco colgaos, ¿no?
Obviamente, las personas sociables, confiadas y para nada temerosas a menudo no se lanzan a la piscina precisamente por la reacción de los demás. Son conscientes de que la mayoría pensará que son raritos o un poco locos.
Todo eso, en los viajes, se disuelve.
Los viajes disipan los muros de desconfianza que hemos construido
Una de las actitudes y aptitudes que desarrollan y dominan los viajeros empedernidos es la espontaneidad, así como la capacidad de sociabilizar sin barreras.
Esto permite entablar una conversación con cualquiera, sentarte a cenar con alguien que te acabas de cruzar por la calle e incluso continuar el viaje juntos.
Una de las actitudes y aptitudes que desarrollan y dominan los viajeros empedernidos es la espontaneidad.
A mí, me encanta. Me hace sentir más humana, más cercana a las infinitas personas con las que me cruzo a diario. Me ha permitido conocer gente fabulosa en mis viajes, y escuchar historias que me han hecho reír a carcajadas, sorprenderme o aprender mucho de quienes me las contaban.
Una de las cenas más divertidas y agradables que tuvimos en Bali surgió precisamente así, de un cruce fortuito con otra pareja de españoles. Ellos estaban de vacaciones, nosotros de paso para continuar nuestro viaje por Australia.
Nos tiramos un rato hablando cerca de la playa de Kuta, intercambiando impresiones sobre el país y los balineses, haciéndonos recomendaciones recíprocas sobre donde ir o en donde comer, etc. Eran simpatiquísimos. Se notaba que los cuatro conectábamos a la perfección. ¡Estábamos pasándolo genial solo de cháchara en medio de una acera!
Entonces, ¿por qué no encontrarnos más tarde? Fueron ellos quienes lo propusieron, y nosotros aceptamos con mucho agrado.
Primero unas cervezas, luego una cena y para acabar un pequeño paseo. Un plan perfecto.
Coincidimos una vez más, precisamente cuando estábamos tomando una cerveza con otra pareja de viajeros que acabábamos de conocer en la playa de Jimbaran.
Pero, ¿es que te pasas el día cenando con desconocidos? Pues no, pero cuando surge no pongo barreras, porque interactuar con otros es parte del viaje. De hecho, es una de las prácticas más enriquecedoras que tiene viajar.
Quizás algún día dejemos de estar tan absortos en nuestros quehaceres cotidianos y, de vez en cuando, nos sentemos a cenar, comer o pasar el rato con desconocidos. No solo en los viajes, sino también en nuestra vida cotidiana.
Entonces descubriremos que el mundo está lleno de desconocidos maravillosos, no solo en la otra punta del mundo, sino también en casa.