He de reconocer que, durante una época, parecía estar huyendo del sur. Por una razón u otra, el norte, el frío, y, sobre todo, la nieve y el hielo, me atraían como el canto de sirenas a Odiseo.
Fue en ese periodo precisamente cuando tuve la oportunidad de rebasar el círculo polar ártico, en el que sería uno de los mejores viajes que he hecho nunca.
Y es que una serie de sucesos no premeditados hicieron de nuestra aventura en Laponia una experiencia inolvidable; a unas nos enseñó y a otras nos recordó que dejarse llevar por los acontecimientos puede dar lugar a vivencias únicas o que, siendo positivos, los imprevistos pueden convertirse en casualidades maravillosas.
Hubo tantas sorpresas más allá del círculo polar ártico que esta vez quiero contar esta experiencia a modo de historia en pequeñas dosis. Más abajo encontrarás la primera de ellas.
Espero que el conjunto de historietas guste y, sobre todo, que sea capaz de convencer de lo bueno que puede ser el “slow travel” y la espontaneidad en los viajes.
El círculo polar ártico y el silencio
La compañía en este viaje no podía ser mejor. Viajaba con mis amigas Adriana y Neila, y luego se nos sumaron Belén y Jurga, el toque internacional del grupo.
Como por ese entonces todas vivíamos en Copenhague, estábamos más cerca del círculo polar ártico, y no pudimos desperdiciar la oportunidad de visitar Laponia.
Concretamente íbamos a Inari, un lugar en el que al parecer era más probable cruzarse con un reno que con una persona.

¿Exageraciones? Mientras que, por ejemplo, en la Región de Murcia, que es la comunidad autónoma española con la superficie más parecida (11314 km2), la densidad de población es de 62,34 habitantes/km2, en la municipalidad de Inari (15052 km2) la densidad es de 0,45 habitantes/km2.
Con esas expectativas obviamente en algún momento pensamos que, tal vez, tendríamos más de un rato de aburrimiento o inactividad, pero nos equivocábamos.

Llegamos al aeropuerto de Ivalo, que recibe a los pasajeros con una bienvenida tallada en un bloque de hielo. Desde allí, un bus nos llevaría hacia Jokitörmä, en Inari, nuestro campamento base.
Realizamos el trayecto de noche y, desde la guagua, casi vacía, no se veía prácticamente nada. Sólo los copos de nieve que caían en los cristales.
Llegamos a nuestro destino y fuimos las únicas pasajeras que bajaron del bus, que paró en un lateral de una carretera solitaria en medio de la noche, en medio de la nieve y en medio de la nada.
Tras coger nuestro equipaje, la guagua arrancó de nuevo y se fue alejando. Entonces, cuando se alejó y dejó de oírse el traqueteo del motor, de repente, se escuchó el silencio. No había más gente, no soplaba el viento, por lo que no se escuchaba el movimiento de los árboles; tampoco se podía oír ningún pájaro o cualquier otro animal; solo silencio.
De verdad, era el silencio puro, incorrupto; algo que nunca antes había escuchado y que, en realidad, desde entonces no he vuelto a experimentar.
Justo ahora, mientras escribo en casa por la noche, hay silencio, pero un silencio de mentirijilla. Siempre hay algún ruido de fondo, en este caso, el “runrún” de la nevera, por ejemplo.
Allí, al llegar a Jokitörmä, cientos de kilómetros al norte del círculo polar ártico, por la noche solo se escuchaba el silencio.
Estaba nevando, pero los copos caían con tanta suavidad que no hacían el más mínimo ruido. Además, esa parsimonia con la que nevaba permitía que los copos se convirtieran en estrellas de geometría imposible; esas preciosas formas de hielo con las que decoramos en navidad y que de lo bonitas y complejas que son parecen un cuento chino.

Nunca antes había podido apreciar la nieve de esa manera, ni en Granada ni en Copenhague, dos de los lugares en los que había visto nevar hasta la fecha.
Tampoco vi estrellas caer mientras vivía en Alemania. Normalmente, bien porque nieva más fuerte o de manera más desordenada, por la acción del viento, por ejemplo, los copos suelen caer aglutinados.
Más arriba del círculo polar ártico, en Laponia, las estrellas a menudo caen una a una, sin "apegotonarse" para formar un copo, permitiendo apreciar sus impresionantes y variadas formas geométricas y dándole a la nieve amontonada en el suelo un brillo que recuerda a la purpurina.
Así fue nuestra llegada a este rincón del mundo. Hasta donde nos alcanzaban los ojos solo había nieve, envuelta en silencio, mientras llovían estrellas. Uno solo podía pensar, la magia existe, y está en Laponia.
Solo quedaba esperar el amanecer y comenzar a explorar esa magia y todos los encantos de esta región de Finlandia.

Qué guay! Seguiré la historia ;p 😀
Estupendo Irene! Espero que te guste ;). Gracias por tu comentario!